No son demasiados los científicos
que en nuestro país han jugado un papel destacado en la política. Y menos aún, investigadores
de la talla de Pedro Miguel Echenique, científico navarro, premio Príncipe de
Asturias de Investigación Científica y Técnica, gran orador y de reconocido
prestigio internacional en el campo de la física de superficies. De verbo ágil
y cultura profunda –siempre encuentra la cita pertinente o la experiencia
adecuada–, Echenique habla sobre la ciencia y los científicos con la certeza de
un francotirador. Se formó en Cambridge, donde luego ha sido profesor visitante,
y en la actualidad, además de ocupar la cátedra de Física de la Materia
Condensada en la Universidad del País Vasco, es presidente de dos centros de
investigación ligados a esta universidad. Su discurso es tan sencillo como
contundente, y hoy tengo la suerte de contar con él para el blog.
José Antonio Garrido (JAG). Hola,
profesor. Antes de nada, quería agradecerle esta oportunidad que me ofrece de
compartir con usted impresiones sobre la Ciencia. Y creo que lo justo es
comenzar dedicándole la primera pregunta a Ella, que justifica este encuentro.
Usted, como ya hiciera el Premio Nobel de Medicina Medawar, ha dicho en más de
una ocasión que la Ciencia es el arte de lo resoluble, dentro de esa filosofía
de Bismarck que afirma que la política es el arte de lo posible. ¿Podría
ahondar en esta idea?
Pedro Miguel Echenique (PME). Al decir, como Medawar, que la ciencia es
el arte de lo resoluble quiero señalar por un lado que la ciencia, y esto es
una obviedad, solo puede contestar a preguntas que tengan una respuesta
científica. No puede contestar, a preguntas sobre destino, valores…
Pero lo que realmente quiero resaltar es la importancia de hacerse la
pregunta adecuada en el momento adecuado, en el instante en el que es posible
contestarla científicamente. Y esto es difícil porque es decisivo adelantarse a
su tiempo, pero, y aunque parezca una paradoja, tampoco demasiado. Ni Einstein
con todo su talento podía contestar en 1905 cuál es el mecanismo molecular en
el que se basa la forma en que una generación transmite sus características a
la siguiente.
Efectivamente a mí me gusta señalar que, así como la política es el
arte de lo posible, la ciencia es el arte de lo resoluble. Quizás para
completar venga bien decir algo que le oí hace más de treinta años en una
conferencia a un amigo, el gran ingeniero vasco Manu Sendagorta, quien definía
la ingeniería como el arte de lo realizable dentro de los límites de tiempo y
coste.
La ciencia es el arte
de lo resoluble, el arte de formular hipótesis que puedan ser probadas o
refutadas por experimentos realizables.
JAG. Santiago Ramón y Cajal
escribió un discurso llamado Consejos a un joven científico, en el que decía
que quien quisiera dedicarse a la investigación debía tener independencia de
criterio, curiosidad intelectual, perseverancia en el trabajo, patriotismo y
amor a la gloria. Más tarde, Medawar escribió un ensayo de igual título en el
que decía que, además, tenía que tener perseverancia, temperamento y compromiso
con la verdad. Usted, valiéndose nuevamente del mismo lema, ha llegado a
elaborar una lista de veinticinco indicaciones más para jóvenes científicos.
¿No empiezan a sumar demasiadas? ¿Podría hacernos un resumen y destacar las más
importantes?
PME. Las cualidades que señala Cajal siguen siendo válidas.
Independencia de criterio, curiosidad intelectual, perseverancia en el trabajo,
patriotismo y amor a la gloria. Pero la ciencia del tiempo de Cajal no tiene
nada que ver con una situación en la que la ciencia es parte de la política
industrial y económica de los países desarrollados. Mis consejos son consejos
prácticos, sin la profundidad casi filosófica de un Cajal o Medawar. Por eso
son muchos y casi todos tienen un toque dual. No seguirlos sería malo, pero
seguirlos fanáticamente tampoco sería bueno. Por ejemplo “no tengas miedo a
perder el tiempo” no quiere decir, obviamente, que sólo te dediques a relajarte.
Si tuviese que resumirlos diría, amor por lo que se hace, trabajo duro, dejar
volar la imaginación y no rendirse nunca. Como le leí a un entrenador de
balonmano, creo: “a la perfección se llega con la pasión”.
JAG. Pasemos ahora a su
investigación, a la investigación a la que usted y su grupo han dedicado buena
parte de su trabajo. Podemos decir que el principal campo al que dedica su
tiempo es a la nanotecnología. ¿A qué se dedica exactamente esta disciplina y
cómo puede la investigación en nanotecnología mejorar nuestra vida?
PME. Yo me dedico en general a algunos aspectos de lo que globalmente
se conoce como física de materia condensada y dentro de ella en gran parte a
física de superficies. Lo que ocurre en una superficie ocurre en distancias del
orden del nanómetro, de la milésima de la millonésima del metro o si lo
prefieren unos cuantos átomos en profundidad. Eso es nanociencia, la ciencia de
lo que ocurre a escala del nanómetro, en este caso en una dimensión, en la
perpendicular a la superficie. Por supuesto, también hay estructuras
nanométricas en dos o tres dimensiones. La propia vida se estructura en esa
escala. La anchura de la doble hélice del ADN es de 2nm. En esas dimensiones la
física se rige por la mecánica cuántica. Por ello conceptualmente cuando
hablamos de nanociencia hablamos de física cuántica. Hay otro aspecto
importante y es que en esas dimensiones pueden aparecer propiedades
cualitativamente nuevas que no son meras extrapolaciones de las propiedades del
átomo, ni mera reducción de las que aparecen a escala macroscópica. “Lo pequeño
es diferente”. Agregados nanométricos de oro y óxidos metálicos tienen un color
que depende de su tamaño. Los artesanos medievales ya lo sabían, sin entenderlo
bien. La prueba la tiene en la belleza de las vitrinas de Notre Dame.
La nanotecnología hoy está ya presente en muchos de los aspectos de la
vida cotidiana. Tiene aplicaciones en medicina, tanto en diagnóstico como
terapia, también en nuevos materiales, cosmética, ingeniería…
Ahora bien, y como decía el añorado físico suizo Heinrich Rohrer, el
gran desafío de la nanotecnología no es buscar una aplicación concreta sino
poder ser capaces de colocar una partícula nanométrica con precisión atómica en
un sitio dado para una función precisa. Por ejemplo, colocar una nanoesfera de
sílice cubierta de una capa o cáscara de oro dentro del tumor en un cáncer de
pecho. La cáscara y los materiales que la componen, ha sido diseñada para que
las excitaciones electrónicas colectivas de sus interfases ocurran en el
infrarrojo. De esta forma, una vez colocada en el tumor y al iluminar el pecho
con un haz infrarrojo, se activan estas excitaciones colectivas, plasmones de
los electrones, que liberan su energía de forma localizada, fundiendo el tumor
sin dañar el resto del tejido sano. Es decir, colocar con precisión atómica,
una partícula (la cáscara de oro) para una función dada (liberar la energía
colectiva de sus excitaciones electrónicas que resuenan en el infrarrojo
fundiendo el tumor). Esto ya ha sido probado con éxito en ratones en USA, concretamente
en la Universidad de Rice por el grupo de Naomi Halas.
JAG. Uno de los científicos más
grandes con los que hemos contado, Pauli, decía que Dios hizo los sólidos, pero
que había sido el diablo el responsable de las superficies. Esto da una idea de
la complejidad que entraña su estudio teórico. ¿Podría explicarnos dónde radica
esa dificultad y por qué la física actual, o más concretamente esa ciencia
interdisciplinar que es la ciencia de los materiales, le otorga al estudio de
las superficies tanta importancia?
PME. Los sólidos son materiales complejos. El análisis teórico de sus
propiedades encierra una gran dificultad. En el caso de sólidos cristalinos la
simetría del interior permite simplificaciones que reducen la dificultad. En
las superficies, en la dirección perpendicular, esta simetría no existe lo que
complica mucho las cosas. En ciencia de materiales las superficies tienen gran
importancia pues es a través de ella como se relaciona el material con el mundo
exterior. Es donde muchas veces se inician los procesos de transferencia de
materia, de carga y de energía. En nanotecnología las superficies son decisivas,
pues el peso relativo del área superficial con respecto al volumen crece
linealmente al disminuir el tamaño.
JAG. En el año 1998 usted
recibió, junto a su colega, el ilerdense Emilio Méndez Pérez, el Premio
Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Pero ésta no es la
única gran distinción que ha obtenido. También ha sido galardonado, entre
otros, con el Max Planck o la medalla de oro de la Real Sociedad Española de
Física. Los premios, para un científico, tienen un indudable componente de
visualización. ¿Pero qué más aportan estos premios? En un mundo como el de la
ciencia, en el que no se entiende el trabajo si no es en equipo, ¿cuál es el
sentido y el papel que juegan los premios unipersonales?
PME. Para mí los premios han sido muy importantes y no han significado
la cima de mi carrera científica sino un instrumento para realizar cosas, para
impulsar proyectos nuevos que han ayudado a mucha gente y en particular, a los
miembros de mis equipos. No creo, y ésta es una opinión personal claro está,
que el Donostia International Physics Center, el Centro de Física de Materiales
o el mismo Nanogune existieran en su forma actual sin el Premio Príncipe de
Asturias o el Max Planck. Los premios aportan visibilidad y muchas veces
garantía de calidad de los proyectos de cara a políticos y empresarios. En
cierto modo no debía ser así pero sí lo es en nuestro País. Tiene usted razón,
gran parte del trabajo es en equipo. Yo tengo la sensación y la fortuna de
haber sido excesivamente reconocido. Es una cuestión de suerte y sí creo que
mucha gente con méritos similares no ha sido reconocida en el mismo grado. Es
una de mis obligaciones, y a ello dedico tiempo, trabajar para que el
reconocimiento llegue a quienes se lo merecen.
JAG. Decidido a estudiar la
materia, podía haber optado por hacerlo en condiciones de velocidades próximas
a la de la luz, en el instante justamente después al Big Bang o en una estrella
de neutrones, pero decidió hacerlo en condiciones habituales. Quizá sea la
forma más práctica, para un físico, de aproximarse a las grandes preguntas del
hombre. ¿Pero fue esto lo que le llevó a estudiar ese 5% que hay en el mundo,
que es el que está constituido por átomos? ¿Ha llegado a entender por qué las
cosas son como son?
PME. Mi buen amigo el presidente de la Academia de Ciencias, Alberto
Galindo, suele decir que los físicos somos los historiadores y los profetas del
universo. Estudiando las regiones más pretéritas del Cosmos queremos saber cómo
empezó todo y rompiendo la materia en los aceleradores queremos entender de qué
están hechas las cosas y cuáles son las leyes y simetrías que gobiernan las
interacciones para así comprender y predecir. Esta física, la de lo más grande
y de lo más pequeño, "el alpha de la gran explosión y el omega de la
desintegración de la materia" tiene un encanto especial, es el encanto de
los extremos al que se refiere Hoffmann. Hablar de materia oscura y energía
oscura atrae por su misterio, pero hay otro tipo de ciencia, tan atrayente y no
menos desafiante y sutil, incluso a veces más exigente, pues tiene que ser
contrastada con el experimento, que es el entender la materia ordinaria aquí y
ahora. Ese 5% de materia que está constituida por átomos, “the matter that
matters” en bella frase de Jean Marie Lehn. El entender cómo la complejidad del
mundo actual surge de la simplicidad de unas pocas leyes es una tarea
fascinante. Cuando observamos la naturaleza no vemos las leyes físicas sino las
consecuencias de estas leyes. Complicadísimas estructuras asimétricas resultan
de unas leyes muy simétricas. Se trata de ver la emergencia de propiedades
nuevas, propiedades que emergen de la interacción de muchas partículas que son
consistentes con los constituyentes pero que no deducen directamente de las
propiedades de éstos a escala atómica. Ver cómo el todo es mucho más que la
suma de la partes. Entendemos mucho, muchísimo, de por qué las cosas son como
son, pero a la vez el propio avance del conocimiento nos hace ver nuevos pozos
de ignorancia. En esto radica la belleza de la ciencia en general y de mi
especialidad en particular.
JAG. Usted se ha formado en
laboratorios británicos, estadounidenses y suecos, además de en España. Para un
científico, su formación no podría considerarse integral sin ese carácter
internacional. Salir de España no es una opción sino una condición, pero la
situación actual está haciendo que los jóvenes científicos españoles tengan que
buscarse su futuro en el extranjero como única posibilidad. No contar con un
plan nacional para que esos científicos regresen no parece una buena estrategia
política ni la mejor manera de luchar contra la crisis. ¿Qué valoración hace
usted de esta situación? ¿Cree que estamos llegando a un punto en el que la
situación será irreversible? ¿Será tarde cuando los políticos reaccionen –si es
que llegan a hacerlo– y nos encontraremos en el mismo lugar en el que nos
hallábamos varias décadas atrás?
PME. Esta pregunta me entristece y lo hace porque desgraciadamente es
muy pertinente. La ciencia es internacional y es muy bueno, incluso aunque uno
se haya formado y esté en los mejores centros del mundo, ir a otros sitios. No
solamente para aprender más cosas sino especialmente para aprender otras formas
de aprender, para ver formas diferentes de ver las cosas. Ahora bien, que el
salir fuera sea la única posibilidad de buscarse un futuro es un desastre.
España todavía está muy lejos del número de científicos y tecnólogos que le
corresponderían por su nivel económico. La mejor política científica es crear
oportunidades en abundancia para los más creativos de nuestros jóvenes. Esto se
debería hacer y no se está haciendo. El no hacerlo no solamente es una
injusticia social, es asimismo un despilfarro económico. Es algo difícil de
entender y más en tiempos de crisis, pues es hipotecar nuestro futuro y es que además
hacerlo no es caro. En algunas naciones desarrolladas hay un pacto de estado
para estos temas, aquí desgraciadamente no existe. Lo pagaremos, lo estamos
pagando ya.
JAG. Además de su labor como
investigador, usted es presidente de dos centros de investigación ligados a la
Universidad del País Vasco: el Donostia International Physics Center (DIPC) y
el Centro de Investigación Cooperativa en Nanociencias (CIC nanoGUNE). ¿Cuál es
el papel de estos centros? La presencia de ambos en el panorama nacional viene
a unirse a la de un gran número de propuestas que otorgan a los nuevos
científicos muchas posibilidades de elección. Podría pensarse que los jóvenes
investigadores lo tienen hoy más fácil que hace unos años. ¿Es realmente así?
PME. El Donostia International Physics Center (DIPC) es un centro que
tiene como objetivo fundamental la internacionalización de la investigación en
física de materia condensada y ciencia de materiales. Surge, y así sigue
siendo, como una institución con la mínima burocracia posible, una institución
austera, sencilla y ágil. Tiene una organización institucional singular. Se
articula en torno a una comunidad interna, vertebrada en torno a personas
fundamentalmente de diversos departamentos de la Universidad del País Vasco/Euskal
Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU) y del Centro de Física de Materiales (CFM),
centro mixto CSIC-UPV/EHU, que actúan de anfitriones de una amplia comunidad
internacional de visitantes, más de doscientos al año. En esta última etapa,
Ikerbasque, la fundación para la ciencia en Euskadi, está siendo clave para
nuestro centro. La verdad es que los resultados, que pueden consultarse en
nuestra web y en nuestras memorias, han superado no sólo nuestras expectativas
sino incluso nuestros sueños. Damos gran importancia a proporcionar
oportunidades de desarrollo personal y profesional a los jóvenes y también a la
comunicación de la ciencia. En resumen buscamos excelencia en investigación y
excelencia en comunicación. Aunque todavía soy Presidente ejecutivo del DIPC, el
liderazgo está siendo brillantemente asumido, cada vez más, por nuestro
director Ricardo Díez Muiño.
Nanogune surge ligado al departamento de Industria del Gobierno Vasco,
con la misión de realizar investigación de excelencia en nanociencia y
nanotecnología para contribuir, a largo plazo y sin simplificaciones
unidimensionales, al desarrollo industrial del País Vasco. Ésta es una tarea
difícil y, en mi opinión (y en este caso yo soy Presidente no ejecutivo) el
liderazgo de su director general, Txema Pitarke, está avanzando también
brillantemente en esa misión.
Los jóvenes investigadores no lo tienen más fácil que hace años. Los
problemas a los que se enfrentan son muy difíciles y la dificultad de aportar
contribuciones originales de valía es muy grande. Por otro lado, los
instrumentos experimentales y conceptuales con los que cuentan han avanzado
mucho. Lo tienen tan difícil o tan fácil como los de antes. Cualquier tiempo
pasado no fue mejor.
JAG. En su vida también ha tenido
tiempo para dedicarse a la política. Entre 1980 y 1983, formó parte del primer
Gobierno Vasco como consejero de Educación y Cultura. ¿Cómo vivió esta
experiencia alguien como usted, con una vocación científica tan claramente
definida?
PME. Cuando me ofrecieron entrar en el Gobierno Vasco dije varias veces
que no, aunque al final el Lehendakari Garaikoetxea me convenció. Mi negativa
no fue debida a tener una vocación científica definida sino a que pensaba que
no estaba capacitado para el puesto. Me parecía, y en algunos muy contados
casos, como descubrí luego, así era, que los políticos tenían una gran
preparación de la que yo carecía. En cuatro años descubrí que no hay más leña
que la que arde y ahora estoy convencido de que la política no debe dejarse sólo
a abogados y economistas, lo que habitualmente nos lleva a sistemas sobrerregulados
y, en el aspecto educativo e investigador, infrafinanciados. Así está el sistema
universitario por ejemplo, sobrerregulado e infrafinanciado. Que todas las
profesiones tuviesen sitio en la política sería sin duda bueno y si fuese un
camino de ida y vuelta a sus profesiones, mejor. Pero por supuesto nunca en ese
camino se deben usar puertas giratorias para mejorar obscenamente una situación
económica personal, como hemos visto con demasiada frecuencia. En mi opinión un
buen científico debe elegir la pregunta adecuada en el momento adecuado,
extraer lo esencial de problemas complejos, tomar decisiones, asumir riesgo sin
perder la racionalidad, cualidades todas ellas igualmente válidas para un buen
político. La competencia técnica no garantiza un buen proyecto político pero no
hay proyecto político a largo plazo sin competencia técnica. Siempre he tenido
y sigo teniendo un profundo respeto por la política y los políticos, y en
general, he visto comportamientos generosos. Una sociedad que no respeta a
aquellos a los que encarga articular su convivencia y el bien común, no es una
sociedad madura. Claro que ello exige actuar ejemplar, dura y rápidamente
contra los corruptos, jurídicamente por supuesto, pero también socialmente.
Corrupción hay en todas partes pero impunidad solamente en algunas.
Mi experiencia en política fue muy enriquecedora. Entré al Gobierno
Vasco a los 29 años y tras nuestra victoria electoral, elegí salir a los 33.
Volví a Cambridge a reciclarme, algo que me resultó fácil. Tuve el privilegio
de contribuir a sentar las bases del sistema educativo vasco, la formación
profesional, la libertad de enseñanza, de empezar un plan de ciencia y
tecnología con visión internacional y anclaje en el País, de apoyar a que quien
quisiera vivir su vida en euskera lo pudiese hacer de forma real y efectiva…
Contribuí lo que pude, rodeado de un equipo de espléndidos colaboradores.
En resumen, para mí fue un honor y un placer, a pesar de la dureza de
aquellos años, el ser miembro de aquel gobierno con excelentes compañeros
liderado por un gran Lehendakari. Siempre he estado agradecido a Garaikoetxea
por haber hecho una apuesta tan arriesgada, como era en aquellas circunstancias,
elegir a alguien tan joven como yo para ser primer Consejero de Educación,
Universidades e Investigación, cargo al
que luego se añadió Cultura, Política Lingüística y ser portavoz del Gobierno.
JAG. Por último, quisiera pedirle
una recomendación. ¿Podría aconsejarnos algún libro, de carácter científico o
no, cuya lectura resulte imprescindible?
PME. Es muy difícil recomendar un libro. Por supuesto están los
clásicos de la ciencia, Euclides, Newton, Copérnico, Darwin... libros que todos
citamos y pocos leen. Si tuviese que elegir dos y con gran dolor por dejar
otros fuera, recomendaría “Apology of a mathematician” de Hardy y “Consilience”
de Wilson. El primero ilustra elegantemente la pasión por la creatividad, como
la vida que merece ser vivida es una vida creativa, y el segundo, impresionante
por su visión, (lo cual no quiere decir que yo esté de acuerdo en todo) sobre
la unidad de las ciencias.
Muchas gracias por su amabilidad.
Ha sido un verdadero placer.