martes, 2 de diciembre de 2014

LA CIENCIA NO TIENE SENTIDO SI NO SE COMUNICA. PERE PUIGDOMENECH


Existe un grupo multidisciplinar de quince personas, todos ellos científicos de gran talla internacional, que se encarga de asesorar a la Comisión Europea sobre ciencia y nuevas tecnologías de cara a la preparación y adaptación de nueva legislación. Se conoce como Grupo Europeo de Ética en Ciencia y Nuevas Tecnologías (EGE, por sus siglas en inglés), y entre ellos podemos encontrar a un español. Se trata de Pere Puigdomenech. Este licenciado en Física y doctor en Ciencias Biológicas, además de ser nombrado el primer director del Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG), tiene un alto compromiso con la divulgación, y prueba de ello son sus artículos en La Vanguardia, Nature, El País o El Periódico, sobre política científica o sobre el papel de la ciencia en la sociedad. Su lucidez y su conocimiento en el campo de la Biología Molecular de Plantas son su gran aval y hoy tengo la suerte de contar con él en este blog que se rinde a su clarividencia.




José Antonio Garrido (JAG). Hola, profesor Puigdomenech. Es un placer poder hablar con usted sobre agricultura y ciencia, y creo que lo justo es comenzar por el principio; por ese momento en el que el hombre decidió establecerse en un lugar fijo y olvidarse de la recolección nómada para cultivar sus propias semillas. Probablemente, desde el descubrimiento del fuego nada mejoró tanto la vida de aquellos hombres primitivos que hace unos 8000 años se convirtieron en agricultores. Según los datos con los que contamos, todo hace indicar que este cambio social tuvo su germen en Oriente Próximo y las primeras plantas domesticadas fueron el trigo y la cebada. Hoy en día, estas plantas continúan siendo las protagonistas de nuestros cultivos junto al maíz y el arroz. ¿Por qué sigue siendo así? ¿Cuántas plantas ha tratado de cultivar el hombre a lo largo de la historia de la agricultura y cuántas de ellas cultivamos en la actualidad?

Pere Puigdomenech (PP). Lo que sabemos del momento crucial de nuestra historia que es el que menciona es que se produjo de forma casi simultánea en al menos el Oriente Medio, el Sur de la actual China y la América Central. En estos lugares se identificaron un cereal, trigo y cebada en el primer lugar, arroz en el segundo y maíz en el tercero junto con leguminosas, lenteja y garbanzo, soja y alubias además de frutas como la viña, el olivo, el naranjo o el tomate entre otros. Las actuales aproximaciones moleculares nos están permitiendo comprender los cambios genéticos que la domesticación necesitó incorporar a estas especies. Por lo que sabemos sólo unas pocas especies tienen unas características que permiten conseguir variedades que puedan ser cultivadas y den granos o frutos con un rendimiento que puedan alimentar a toda la población y que tenga propiedades apropiadas para una nutrición suficiente. Por esto, de los tres cereales que se domesticaron en el inicio de la agricultura seguimos hoy día obteniendo más del 50% de las calorías que obtenemos para nuestra alimentación. Estudios de la FAO nos dicen que de las 500000 especies vegetales que existen, unas 30000 podrían tener algo comestible, pero de éstas se han utilizado para la alimentación humana entre 4000 y 7000 en algún momento y 120 tienen actualmente un interés para la agricultura.

 

JAG. Casi con el mismo nacimiento de la agricultura, nació la mejora vegetal. Es probable que, en su origen, consistiera sencillamente en elegir las plantas más productivas, más vigorosas y más resistentes y cruzarlas entre sí para obtener una progenie “mejor”. En la actualidad esta mejora se lleva a cabo en el laboratorio utilizando técnicas moleculares, acelerando los procesos de mejora y optimizando los costes a medio plazo. En este sentido, ¿cuánto ha aportado la biología moleculara la agricultura?

PP. Evidentemente en el proceso de la domesticación de animales y plantas se llevó a cabo un proceso cuidadoso y eficiente de identificación de las especies y variedades que son susceptibles de ser cultivadas. La Mejora Genética como disciplina científica nació a principios del siglo pasado con el nacimiento mismo de la Genética. Influyó de forma decisiva para el desarrollo de las variedades que ha permitido alimentarnos en el último siglo a pesar del aumento progresivo de la población. Las técnicas moleculares nacieron en los 70, comenzaron a aplicarse en plantas a partir de los 80 y han comenzado a tener impacto en la agricultura a partir de mediados de los 90 con la aparición de las variedades modificadas genéticamente. Es este momento los marcadores moleculares como metodología auxiliar de la Mejora están siendo aplicados de forma sistemática en algunas especies.

 

JAG. Por otro lado, si hay un término científico relacionado con la agricultura que aún genera aversión en la sociedad, ése es el de planta transgénica u organismo genéticamente modificado. ¿Por qué sucede esto? ¿Existe alguna base científica? ¿Puede el consumo de alimentos transgénicos producir algún perjuicio a la salud humana o animal?

PP. La posibilidad de realizar una modificación genética de plantas mediante métodos moleculares se publicó en 1983 y la primera planta se llevó al campo en 1994. Todo esto se llevó a cabo en un entorno regulatorio bien establecido que permite asegurar que no se lleve al campo y a tiendas y supermercados ningún producto que tenga efectos para la salud humana y animal ni para el medio ambiente diferentes de las plantas no modificadas. Las razones de la oposición a estas plantas son de diverso tipo pero no tienen que ver con sus efectos sobre la salud o el medio ambiente.

 

JAG. Y se trate o no de organismos genéticamente modificados, ¿podemos estar seguros de lo que comemos? ¿Existe algún riesgo en los países desarrollados relacionado con nuestra seguridad alimentaria? En los últimos tiempos, la agricultura ecológica está adquiriendo una presencialidad notable en nuestras vidas, dentro de esa filosofía de “volver al origen”. ¿Es más segura? ¿Quizá, más sana?

PP. Nuestro nivel de seguridad alimentaria es el mayor que hemos tenido nunca. Sobre todo en los países desarrollados como los de la Unión Europea, los Estados Unidos y el Japón, existen reglamentaciones estrictas que permiten asegurarlo. Es cierto que vamos sabiendo cada vez más sobre los efectos sobre la salud de los que comemos y que algunos reglamentos van cambiando. Y también es cierto que es muy difícil evitar accidentes o fraudes que se han producido siempre y probablemente se producirán porque alguien no sigue correctamente lo que está previsto o ve una ventaja económica en saltarse las reglas. Los últimos escándalos en Europa han tenido que ver con la venta de carne de caballo como si fuera de vacuno o una infección gastrointestinal en Alemania que causó unos treinta muertos y que fue atribuida a bacterias presentes en pepinos ecológicos españoles. Más tarde se descartó esta hipótesis y se atribuyó a brotes de soja de producción ecológica. Finalmente parece que la infección podría provenir de semillas producidas de forma artesanal en Egipto. Volver al origen no es garantía de seguridad más bien lo contrario.

 

JAG. Pasemos ahora a hablar de uno de los proyectos científicos más destacados de los que usted ha liderado recientemente. Se trata del proyecto Melonomics, llevado a cabo por 9 centros de investigación, con el apoyo de 5 comunidades autónomas, y que tuvo como resultado la secuenciación en el año 2012 del genoma completo de una especie superior de plantas como es el melón, gracias, por primera vez en España, a una iniciativa público-privada. ¿Cuál es la importancia real de este proyecto? ¿Cuáles son las características genéticas más destacadas del genoma del melón? En el Genoma Humano, sólo el 1.5 % de todo el material genético es ADN génico, mientras que del resto, una parte es ADN relacionado con genes y la mayoría es ADN extragénico. ¿Pasa algo parecido con el melón? ¿Cuál es su sentido evolutivo?

PP. El proyecto Melonomics tenía como objetivo por una parte el conocimiento completo del genoma de una variedad de melón, lo que conocemos como secuenciación de su DNA, pero también el desarrollo de herramientas que permitieran el análisis de la variabilidad que se da en esta especie y en particular la que existe en las colecciones de semillas que tenemos en España. Tener la secuencia de un genoma de referencia es una herramienta muy importante para responder a preguntas sobre la Biología de las especies que cultivamos y para desarrollar herramientas para su mejora. Constatamos de forma continuada el interés de investigadores de diversos países del mundo y de las empresas de semillas por este tipo de estudios y por el nuestro en particular. El melón tiene un genoma de tamaño intermedio (unos 400 millones de pares de bases, la unidad elemental de la cadena del DNA) comparando con los genomas de especies como el maíz que tiene un genoma de tamaño parecido al humano (3000 millones de pares de bases) y mayor que los pequeños genomas secuenciados de plantas que pueden ser de menos de 100 millones. Es interesante que la mayoría de las especies de las que conocemos su genoma y que no han sufrido duplicaciones recientes de su genoma, tiene un número de genes muy parecido, unos 27000, algo parecido al del genoma humano. Aparte de los genes, existe un DNA que en el caso de las plantas suele ser de naturaleza repetitiva y que debe haber tenido influencia en la evolución de la especie, aunque de forma poco conocida en detalle. Uno de los objetivos actuales de nuestra investigación es el estudio de los mecanismos que producen la variabilidad que observamos en las características genéticas de las especies vegetales y que nos explican su capacidad de adaptación al entorno y que nos interesan para su mejora.

 

JAG. En el año 2011 se inauguró el Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG), del que usted fue nombrado su director. El CRAG es un consorcio público participado por cuatro instituciones de notable relevancia científica como son el CSIC, la Universidad de Barcelona, la Autónoma, también de Barcelona, y el Departamento de Agricultura de la Generalitat de Cataluña (el IRTA). ¿Nos puede explicar cuáles son las principales líneas de investigación que se desarrollan en el CRAG y cómo prevé el futuro de la institución?

PP. El Centro de Investigación en Agrigenómica tiene como objetivo agrupar en un mismo entorno grupos que utilizan las herramientas de la genómica aplicada a las plantas y los animales de granja para entender las bases genéticas de su desarrollo, su metabolismo o cómo se defienden de sus patógenos, desde una perspectiva básica o aplicada. El objetivo es optimizar recursos, tener una visibilidad común y facilitar el flujo de información entre la ciencia más básica y sus aplicaciones. Por sus características y por la calidad de sus investigadores y sus instalaciones el CRAG tiene un gran futuro, aunque la falta de estímulo a la investigación que vemos en los últimos años reduce las perspectivas de cualquier iniciativa en nuestro país.

 

JAG. Hoy sabemos que dos personas distintas responden de manera distinta a la presencia de un mismo patógeno, como lo hacen también de manera distinta a iguales tratamientos. De hecho, en medicina se suele utilizar la expresión “no hay enfermedades sino enfermos”. El problema es que hasta ahora el abordaje individualizado de cada paciente era inasumible. Pero con la irrupción en la ciencia de la secuenciación masiva, últimamente se habla mucho de la medicina personalizada como una posibilidad real a medio plazo. ¿Tiene sentido hablar, en términos similares, de la dieta personalizada? ¿Podemos pensar que dentro de no muchos años será una realidad, como es previsible que pase con la medicina?

PP. Toda dieta tiene que ser personalizada porque somos distintos frente a los alimentos a muy diferentes niveles. Es cierto que existen orientaciones generales sobre lo que nos conviene comer pero todos sabemos que reaccionamos de forma diferente frente a lo que comemos. En parte esto lo interpretamos como nuestros gustos, pero es importante para nuestra salud saber si somos alérgicos a algún alimento sin hablar de condiciones específicas como la celíaca. En nuestro genoma tenemos información respecto a ello, un ejemplo es por ejemplo la intolerancia a la lactosa que hace que una proporción de individuos digiera mal los azúcares de la leche. Tenemos también una capacidad distinta para metabolizar los alimentos, una información que sería de gran interés para diseñar una dieta específica y que evite problemas de obesidad, por ejemplo. Llegar a esta situación, lo que denominamos la Nutrigenómica, es un objetivo de investigación intensa. No estamos todavía en ello y hay que evitar precipitarse en sacar algunas conclusiones ya que la relación entre genética y alimentación es compleja, pero es probable que lleguemos a ello en algún momento.

 

JAG. El año pasado usted recibió el Premio COSCE a la Difusión de la Ciencia, y el jurado destacó en el acta de concesión del premio su extensa trayectoria en divulgación. En los últimos años usted ha publicado multitud de artículos en medios no científicos como El País, La Vanguardia o El Periódico, abordando problemas relacionados con el impacto de las nuevas tecnologías en la agricultura o con el papel que juega la ciencia en la sociedad actual. ¿Qué importancia le concede a la divulgación científica? ¿Cree que el científico de hoy tiene la obligación de explicar y hacer entender en qué trabaja y cuáles son sus logros más sobresalientes?

PP. La ciencia no tiene sentido si no se comunica. Hasta que un resultado científico no se publica no existe, pero esta publicación no puede limitarse al entorno limitado de la comunidad científica. Es el ciudadano el que financia la investigación y por tanto es nuestro deber informar de los resultados que obtenemos, de su interés y de las consecuencias que puede tener para nuestra vida. Lo que llamamos divulgación es una parte del trabajo científico que puede hacer el mismo investigador o profesionales del periodismo científico de los que tenemos ejemplos excelentes en nuestro país. Personalmente explicar nuestros resultados o aquellos que leemos en la literatura científica es una actividad que creo permite profundizar mejor en el significado de los resultados de la ciencia. Es nuestra obligación y que considero también un ejercicio especialmente gratificante.

 

JAG. Hace unos años publicó uno de esos artículos divulgativos bajo el título de “Ciencia contra la resignación”, y en él reivindicaba un pacto de las fuerzas públicas para coordinar las políticas de los distintos niveles de la Administración. ¿En qué punto nos encontramos en la actualidad? ¿Le urge a la ciencia una estrategia nacional que conceda a la investigación la responsabilidad de construir el futuro? ¿Hacia qué modelo de país podemos dirigirnos si no se invierte en Investigación y Desarrollo?

PP. Nuestro país, sobre todo desde la incorporación a la Unión Europea, ha realizado un cambio profundo en diferentes aspectos y en particular en ciencia. En este entorno europeo, es imprescindible disponer de sistemas universitarios y de investigación de calidad. Esto es cierto para entender el mundo en el que nos movemos, para disponer de tecnologías que hagan la industria competitiva, para tener un sistema de salud avanzado y para afrontar las cuestiones que se presentan en nuestro mundo complejo en cada momento. Desde principios de los 80 nuestro país hizo un esfuerzo considerable en construir una comunidad científica que iba acercándose a niveles comparables a los de los países de nuestro entorno. Por desgracia, desde el inicio de la actual crisis el apoyo a la ciencia ha disminuido de forma importante, en particular en la incorporación de jóvenes a nuestro sistema universitario y de investigación. Tampoco se han hecho esfuerzos para reformar un sistema que ha quedado obsoleto en muchos aspectos. No se observa la construcción de un proyecto de país que permita afrontar los retos de todo tipo a los que vamos a enfrentarnos en los próximos años y para lo cual tener una ciencia potente es un requerimiento esencial.

 

JAG. Otra de las vías elegidas por usted para divulgar la ciencia ha sido a través de la literatura. Así, en el año 2000 publicó la novela El gen escarlata. En este libro usted aborda y profundiza en las fronteras éticas de la ciencia. ¿Cómo vivió esa incursión en la ficción? ¿Volverá a atreverse con una nueva novela? Por último, una recomendación. ¿Nos podría aconsejar un libro, de carácter científico o no, que considere de lectura imprescindible?

PP. He escrito dos novelas y varios cuentos y preveo continuar esta actividad si existen lectores y tiempo para ello. Escribir literatura me da una sensación de libertad que la escritura de temas científicos, con sus reglas estrictas, no proporciona. Decía Italo Calvino que el futuro de la literatura pasa por ocuparse de temas científicos. Este autor tiene varios libros de cuentos de temática científica extraordinarios. Entre los autores recientes el novelista inglés Ian Mc Ewan introduce a menudo temáticas científicas en sus novelas. Mi último cuento ha aparecido en un libro de relatos producido por científicos que se llama “Científics Lletraferits”, está escrito en catalán! En cuanto a la divulgación científica ella misma hay diversas colecciones de libros clásicos cuya lectura es interesante pero depende de la disciplina que interese. Quizá en este momento los libros más interesantes son los que tienen que ver con la investigación en neurociencias. Los de Oliver Sacks, por ejemplo, son fascinantes. También recomendaría leer los libros de Jareed Diamond, creo que son una excelente síntesis de antropología e historia reciente de la humanidad que contienen reflexiones útiles para el futuro de nuestra sociedad.

 

Muchas gracias por todo. Ha sido un placer.

 

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