Existe
un grupo multidisciplinar de quince personas, todos ellos científicos de gran
talla internacional, que se encarga de asesorar a la Comisión Europea sobre
ciencia y nuevas tecnologías de cara a la preparación y adaptación de nueva
legislación. Se conoce como Grupo Europeo de Ética en Ciencia y Nuevas
Tecnologías (EGE, por sus siglas en inglés), y entre ellos podemos encontrar a
un español. Se trata de Pere Puigdomenech. Este licenciado en Física y doctor
en Ciencias Biológicas, además de ser nombrado el primer director del Centro de
Investigación en Agrigenómica (CRAG), tiene un alto compromiso con la
divulgación, y prueba de ello son sus artículos en La Vanguardia, Nature, El
País o El Periódico, sobre política científica o sobre el papel de la ciencia
en la sociedad. Su lucidez y su conocimiento en el campo de la Biología
Molecular de Plantas son su gran aval y hoy tengo la suerte de contar con él en
este blog que se rinde a su clarividencia.
José
Antonio Garrido (JAG). Hola, profesor Puigdomenech. Es un placer poder hablar
con usted sobre agricultura y ciencia, y creo que lo justo es comenzar por el
principio; por ese momento en el que el hombre decidió establecerse en un lugar
fijo y olvidarse de la recolección nómada para cultivar sus propias semillas.
Probablemente, desde el descubrimiento del fuego nada mejoró tanto la vida de
aquellos hombres primitivos que hace unos 8000 años se convirtieron en
agricultores. Según los datos con los que contamos, todo hace indicar que este
cambio social tuvo su germen en Oriente Próximo y las primeras plantas
domesticadas fueron el trigo y la cebada. Hoy en día, estas plantas continúan
siendo las protagonistas de nuestros cultivos junto al maíz y el arroz. ¿Por
qué sigue siendo así? ¿Cuántas plantas ha tratado de cultivar el hombre a lo
largo de la historia de la agricultura y cuántas de ellas cultivamos en la
actualidad?
Pere Puigdomenech (PP). Lo que sabemos del
momento crucial de nuestra historia que es el que menciona es que se produjo de
forma casi simultánea en al menos el Oriente Medio, el Sur de la actual China y
la América Central. En estos lugares se identificaron un cereal, trigo y cebada
en el primer lugar, arroz en el segundo y maíz en el tercero junto con
leguminosas, lenteja y garbanzo, soja y alubias además de frutas como la viña,
el olivo, el naranjo o el tomate entre otros. Las actuales aproximaciones
moleculares nos están permitiendo comprender los cambios genéticos que la
domesticación necesitó incorporar a estas especies. Por lo que sabemos sólo
unas pocas especies tienen unas características que permiten conseguir
variedades que puedan ser cultivadas y den granos o frutos con un rendimiento
que puedan alimentar a toda la población y que tenga propiedades apropiadas
para una nutrición suficiente. Por esto, de los tres cereales que se
domesticaron en el inicio de la agricultura seguimos hoy día obteniendo más del
50% de las calorías que obtenemos para nuestra alimentación. Estudios de la FAO
nos dicen que de las 500000 especies vegetales que existen, unas 30000 podrían
tener algo comestible, pero de éstas se han utilizado para la alimentación
humana entre 4000 y 7000 en algún momento y 120 tienen actualmente un interés
para la agricultura.
JAG.
Casi con el mismo nacimiento de la agricultura, nació la mejora vegetal. Es
probable que, en su origen, consistiera sencillamente en elegir las plantas más
productivas, más vigorosas y más resistentes y cruzarlas entre sí para obtener
una progenie “mejor”. En la actualidad esta mejora se lleva a cabo en el
laboratorio utilizando técnicas moleculares, acelerando los procesos de mejora
y optimizando los costes a medio plazo. En este sentido, ¿cuánto ha aportado la
biología moleculara la agricultura?
PP. Evidentemente en el proceso de la
domesticación de animales y plantas se llevó a cabo un proceso cuidadoso y
eficiente de identificación de las especies y variedades que son susceptibles
de ser cultivadas. La Mejora Genética como disciplina científica nació a
principios del siglo pasado con el nacimiento mismo de la Genética. Influyó de
forma decisiva para el desarrollo de las variedades que ha permitido alimentarnos
en el último siglo a pesar del aumento progresivo de la población. Las técnicas
moleculares nacieron en los 70, comenzaron a aplicarse en plantas a partir de
los 80 y han comenzado a tener impacto en la agricultura a partir de mediados
de los 90 con la aparición de las variedades modificadas genéticamente. Es este
momento los marcadores moleculares como metodología auxiliar de la Mejora están
siendo aplicados de forma sistemática en algunas especies.
JAG.
Por otro lado, si hay un término científico relacionado con la agricultura que
aún genera aversión en la sociedad, ése es el de planta transgénica u organismo
genéticamente modificado. ¿Por qué sucede esto? ¿Existe alguna base
científica? ¿Puede el consumo de alimentos transgénicos producir algún perjuicio
a la salud humana o animal?
PP. La posibilidad de realizar una
modificación genética de plantas mediante métodos moleculares se publicó en
1983 y la primera planta se llevó al campo en 1994. Todo esto se llevó a cabo
en un entorno regulatorio bien establecido que permite asegurar que no se lleve
al campo y a tiendas y supermercados ningún producto que tenga efectos para la
salud humana y animal ni para el medio ambiente diferentes de las plantas no
modificadas. Las razones de la oposición a estas plantas son de diverso tipo
pero no tienen que ver con sus efectos sobre la salud o el medio ambiente.
JAG.
Y se trate o no de organismos genéticamente modificados, ¿podemos estar seguros
de lo que comemos? ¿Existe algún riesgo en los países desarrollados relacionado
con nuestra seguridad alimentaria? En los últimos tiempos, la agricultura
ecológica está adquiriendo una presencialidad notable en nuestras vidas, dentro
de esa filosofía de “volver al origen”. ¿Es más segura? ¿Quizá, más sana?
PP. Nuestro nivel de seguridad alimentaria
es el mayor que hemos tenido nunca. Sobre todo en los países desarrollados como
los de la Unión Europea, los Estados Unidos y el Japón, existen
reglamentaciones estrictas que permiten asegurarlo. Es cierto que vamos
sabiendo cada vez más sobre los efectos sobre la salud de los que comemos y que
algunos reglamentos van cambiando. Y también es cierto que es muy difícil
evitar accidentes o fraudes que se han producido siempre y probablemente se
producirán porque alguien no sigue correctamente lo que está previsto o ve una
ventaja económica en saltarse las reglas. Los últimos escándalos en Europa han
tenido que ver con la venta de carne de caballo como si fuera de vacuno o una
infección gastrointestinal en Alemania que causó unos treinta muertos y que fue
atribuida a bacterias presentes en pepinos ecológicos españoles. Más tarde se
descartó esta hipótesis y se atribuyó a brotes de soja de producción ecológica.
Finalmente parece que la infección podría provenir de semillas producidas de
forma artesanal en Egipto. Volver al origen no es garantía de seguridad más
bien lo contrario.
JAG.
Pasemos ahora a hablar de uno de los proyectos científicos más destacados de
los que usted ha liderado recientemente. Se trata del proyecto Melonomics, llevado a cabo por 9 centros
de investigación, con el apoyo de 5 comunidades autónomas, y que tuvo como
resultado la secuenciación en el año 2012 del genoma completo de una especie
superior de plantas como es el melón, gracias, por primera vez en España, a una
iniciativa público-privada. ¿Cuál es la importancia real de este proyecto?
¿Cuáles son las características genéticas más destacadas del genoma del melón?
En el Genoma Humano, sólo el 1.5 % de todo el material genético es ADN génico,
mientras que del resto, una parte es ADN relacionado con genes y la mayoría es
ADN extragénico. ¿Pasa algo parecido con el melón? ¿Cuál es su sentido
evolutivo?
PP. El proyecto Melonomics tenía como
objetivo por una parte el conocimiento completo del genoma de una variedad de
melón, lo que conocemos como secuenciación de su DNA, pero también el
desarrollo de herramientas que permitieran el análisis de la variabilidad que
se da en esta especie y en particular la que existe en las colecciones de
semillas que tenemos en España. Tener la secuencia de un genoma de referencia
es una herramienta muy importante para responder a preguntas sobre la Biología
de las especies que cultivamos y para desarrollar herramientas para su mejora.
Constatamos de forma continuada el interés de investigadores de diversos países
del mundo y de las empresas de semillas por este tipo de estudios y por el
nuestro en particular. El melón tiene un genoma de tamaño intermedio (unos 400
millones de pares de bases, la unidad elemental de la cadena del DNA)
comparando con los genomas de especies como el maíz que tiene un genoma de
tamaño parecido al humano (3000 millones de pares de bases) y mayor que los
pequeños genomas secuenciados de plantas que pueden ser de menos de 100
millones. Es interesante que la mayoría de las especies de las que conocemos su
genoma y que no han sufrido duplicaciones recientes de su genoma, tiene un
número de genes muy parecido, unos 27000, algo parecido al del genoma humano.
Aparte de los genes, existe un DNA que en el caso de las plantas suele ser de
naturaleza repetitiva y que debe haber tenido influencia en la evolución de la
especie, aunque de forma poco conocida en detalle. Uno de los objetivos
actuales de nuestra investigación es el estudio de los mecanismos que producen
la variabilidad que observamos en las características genéticas de las especies
vegetales y que nos explican su capacidad de adaptación al entorno y que nos
interesan para su mejora.
JAG.
En el año 2011 se inauguró el Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG),
del que usted fue nombrado su director. El CRAG es un consorcio público
participado por cuatro instituciones de notable relevancia científica como son
el CSIC, la Universidad de Barcelona, la Autónoma, también de Barcelona, y el
Departamento de Agricultura de la Generalitat de Cataluña (el IRTA). ¿Nos puede
explicar cuáles son las principales líneas de investigación que se desarrollan
en el CRAG y cómo prevé el futuro de la institución?
PP. El Centro de Investigación en
Agrigenómica tiene como objetivo agrupar en un mismo entorno grupos que utilizan
las herramientas de la genómica aplicada a las plantas y los animales de granja
para entender las bases genéticas de su desarrollo, su metabolismo o cómo se
defienden de sus patógenos, desde una perspectiva básica o aplicada. El
objetivo es optimizar recursos, tener una visibilidad común y facilitar el
flujo de información entre la ciencia más básica y sus aplicaciones. Por sus
características y por la calidad de sus investigadores y sus instalaciones el
CRAG tiene un gran futuro, aunque la falta de estímulo a la investigación que
vemos en los últimos años reduce las perspectivas de cualquier iniciativa en
nuestro país.
JAG.
Hoy sabemos que dos personas distintas responden de manera distinta a la
presencia de un mismo patógeno, como lo hacen también de manera distinta a
iguales tratamientos. De hecho, en medicina se suele utilizar la expresión “no
hay enfermedades sino enfermos”. El problema es que hasta ahora el abordaje
individualizado de cada paciente era inasumible. Pero con la irrupción en la
ciencia de la secuenciación masiva, últimamente se habla mucho de la medicina
personalizada como una posibilidad real a medio plazo. ¿Tiene sentido hablar,
en términos similares, de la dieta personalizada? ¿Podemos pensar que dentro de
no muchos años será una realidad, como es previsible que pase con la medicina?
PP. Toda dieta tiene que ser personalizada
porque somos distintos frente a los alimentos a muy diferentes niveles. Es
cierto que existen orientaciones generales sobre lo que nos conviene comer pero
todos sabemos que reaccionamos de forma diferente frente a lo que comemos. En
parte esto lo interpretamos como nuestros gustos, pero es importante para
nuestra salud saber si somos alérgicos a algún alimento sin hablar de
condiciones específicas como la celíaca. En nuestro genoma tenemos información
respecto a ello, un ejemplo es por ejemplo la intolerancia a la lactosa que
hace que una proporción de individuos digiera mal los azúcares de la leche.
Tenemos también una capacidad distinta para metabolizar los alimentos, una
información que sería de gran interés para diseñar una dieta específica y que
evite problemas de obesidad, por ejemplo. Llegar a esta situación, lo que denominamos
la Nutrigenómica, es un objetivo de investigación intensa. No estamos todavía
en ello y hay que evitar precipitarse en sacar algunas conclusiones ya que la
relación entre genética y alimentación es compleja, pero es probable que
lleguemos a ello en algún momento.
JAG.
El año pasado usted recibió el Premio COSCE a la Difusión de la Ciencia, y el
jurado destacó en el acta de concesión del premio su extensa trayectoria en
divulgación. En los últimos años usted ha publicado multitud de artículos en
medios no científicos como El País, La Vanguardia o El Periódico, abordando problemas
relacionados con el impacto de las nuevas tecnologías en la agricultura o con
el papel que juega la ciencia en la sociedad actual. ¿Qué importancia le
concede a la divulgación científica? ¿Cree que el científico de hoy tiene la
obligación de explicar y hacer entender en qué trabaja y cuáles son sus logros
más sobresalientes?
PP. La ciencia no tiene sentido si no se
comunica. Hasta que un resultado científico no se publica no existe, pero esta
publicación no puede limitarse al entorno limitado de la comunidad científica.
Es el ciudadano el que financia la investigación y por tanto es nuestro deber
informar de los resultados que obtenemos, de su interés y de las consecuencias
que puede tener para nuestra vida. Lo que llamamos divulgación es una parte del
trabajo científico que puede hacer el mismo investigador o profesionales del
periodismo científico de los que tenemos ejemplos excelentes en nuestro país.
Personalmente explicar nuestros resultados o aquellos que leemos en la
literatura científica es una actividad que creo permite profundizar mejor en el
significado de los resultados de la ciencia. Es nuestra obligación y que
considero también un ejercicio especialmente gratificante.
JAG.
Hace unos años publicó uno de esos artículos divulgativos bajo el título de
“Ciencia contra la resignación”, y en él reivindicaba un pacto de las fuerzas
públicas para coordinar las políticas de los distintos niveles de la
Administración. ¿En qué punto nos encontramos en la actualidad? ¿Le urge a la
ciencia una estrategia nacional que conceda a la investigación la
responsabilidad de construir el futuro? ¿Hacia qué modelo de país podemos
dirigirnos si no se invierte en Investigación y Desarrollo?
PP. Nuestro país, sobre todo desde la
incorporación a la Unión Europea, ha realizado un cambio profundo en diferentes
aspectos y en particular en ciencia. En este entorno europeo, es imprescindible
disponer de sistemas universitarios y de investigación de calidad. Esto es
cierto para entender el mundo en el que nos movemos, para disponer de
tecnologías que hagan la industria competitiva, para tener un sistema de salud
avanzado y para afrontar las cuestiones que se presentan en nuestro mundo
complejo en cada momento. Desde principios de los 80 nuestro país hizo un
esfuerzo considerable en construir una comunidad científica que iba acercándose
a niveles comparables a los de los países de nuestro entorno. Por desgracia,
desde el inicio de la actual crisis el apoyo a la ciencia ha disminuido de
forma importante, en particular en la incorporación de jóvenes a nuestro
sistema universitario y de investigación. Tampoco se han hecho esfuerzos para
reformar un sistema que ha quedado obsoleto en muchos aspectos. No se observa
la construcción de un proyecto de país que permita afrontar los retos de todo
tipo a los que vamos a enfrentarnos en los próximos años y para lo cual tener
una ciencia potente es un requerimiento esencial.
JAG.
Otra de las vías elegidas por usted para divulgar la ciencia ha sido a través
de la literatura. Así, en el año 2000 publicó la novela El gen escarlata. En este libro usted aborda y profundiza en las
fronteras éticas de la ciencia. ¿Cómo vivió esa incursión en la ficción?
¿Volverá a atreverse con una nueva novela? Por último, una recomendación. ¿Nos
podría aconsejar un libro, de carácter científico o no, que considere de
lectura imprescindible?
PP. He escrito dos novelas y varios cuentos
y preveo continuar esta actividad si existen lectores y tiempo para ello.
Escribir literatura me da una sensación de libertad que la escritura de temas
científicos, con sus reglas estrictas, no proporciona. Decía Italo Calvino que
el futuro de la literatura pasa por ocuparse de temas científicos. Este autor
tiene varios libros de cuentos de temática científica extraordinarios. Entre
los autores recientes el novelista inglés Ian Mc Ewan introduce a menudo
temáticas científicas en sus novelas. Mi último cuento ha aparecido en un libro
de relatos producido por científicos que se llama “Científics Lletraferits”,
está escrito en catalán! En cuanto a la divulgación científica ella misma hay
diversas colecciones de libros clásicos cuya lectura es interesante pero
depende de la disciplina que interese. Quizá en este momento los libros más
interesantes son los que tienen que ver con la investigación en neurociencias.
Los de Oliver Sacks, por ejemplo, son fascinantes. También recomendaría leer
los libros de Jareed Diamond, creo que son una excelente síntesis de
antropología e historia reciente de la humanidad que contienen reflexiones
útiles para el futuro de nuestra sociedad.
Muchas
gracias por todo. Ha sido un placer.
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