lunes, 20 de octubre de 2014

VOY A HABLAR DE LA ESPERANZA. CARLOS LÓPEZ-OTÍN.


No es inusual que investigadores y profesores que en su día optaron por la opción científica o técnica sean humanistas convencidos. Entre ellos es fácil encontrar a grandes y profundos lectores. Pero un paradigma singular lo representa Carlos López-Otín. A este bioquímico oscense, amante de la obra de Borges, discípulo de Eladio Viñuela y catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Oviedo, su extenso bagaje científico y la lista de los premios que reúne no le hacen perder los pies del suelo. De gesto amable y discurso calmado, afirma que lo que verdaderamente valora es el aprecio de sus discípulos y el respeto de sus colegas. Guarda como oro en paño un verdadero tesoro literario que nos desvelará en esta entrevista en la que además desgranará por dónde discurren los cauces de su investigación. Es académico de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y pasea con admiración por la ficción de Saramago o Eduardo Galeano. Para mí, es un placer contar con su lucidez y su generosidad en este blog y en esta entrevista que hoy lleva su nombre.






José Antonio Garrido (JAG). Buenos días, profesor. Es un placer poder hablar con usted. Uno de los científicos más reconocido a nivel internacional y más respetado. Su laboratorio, a grandes rasgos, trabaja en tres líneas de investigación distintas. La primera de ellas relacionada con el cáncer, la segunda, con el envejecimiento y la tercera, con el análisis funcional del genoma. Comencemos hablando de la primera: el doctor Joan Massagué ha afirmado recientemente que antes del año 2050 el cáncer estará controlado. Y esto es así, según su criterio, porque para entonces conoceremos con precisión las bases moleculares del proceso de metástasis. ¿Considera usted que con eso bastará? ¿Se siente capaz de elaborar una predicción más optimista aún? ¿Estamos realmente tan cerca de acabar con ese gran enemigo que es el cáncer?

Carlos López Otín (CLO). El cáncer es una enfermedad muy diversa y compleja, que nos ha acompañado desde el principio de nuestra historia como especie, ya que es consustancial al desarrollo evolutivo de organismos pluricelulares como nosotros. Por tanto, creo que no desaparecerá nunca y siempre habrá tumores malignos, que no tendrán una forma única de curarse sino maneras muy distintas que dependerán de las diversas alteraciones moleculares presentes en cada tumor de cada paciente. De hecho, la investigación oncológica actual lo que persigue precisamente es encontrar soluciones particulares para los distintos tumores y especialmente frente a aquellos que hoy todavía son incurables. El progreso es continuo, algo parecido a una lenta marea creciente de conocimiento que poco a poco se va convirtiendo en aplicaciones clínicas, pero no creo que se pueda hablar nunca de un control absoluto de todos los tumores.

 
JAG. Cuando en 1990 echó a andar el Proyecto Genoma Humano, la predicción era que el primer borrador de ese mapa de la vida que es nuestro genoma estuviera listo en un plazo de quince años, tras la inversión de más de 3000 millones de dólares. Hoy en día, con la tecnología con la que contamos en los laboratorios de biología molecular, podemos secuenciar el genoma de una persona en unos pocos días y por un precio que ronda los 1000 dólares. Este cambio tan brutal nos permite abordar proyectos tan ambiciosos como el Proyecto Internacional de Genoma del Cáncer, en el que usted participa, concretamente en el apartado de secuenciación del genoma de la leucemia linfática crónica. ¿Nos podría explicar en qué consiste este proyecto?

CLO. El cáncer surge de la acumulación de daños genéticos y epigenéticos en nuestro genoma. Para conocer con precisión la naturaleza y la magnitud de esos cambios, el mejor camino que hoy ofrece la Ciencia es la secuenciación del genoma completo de cada tumor de cada paciente. Con este fin, se creó en 2008 el Consorcio Internacional de los Genomas del Cáncer (ICGC) en el que investigadores de distintos países, con una importante participación española coordinada desde la Universidad de Oviedo y el Hospital Clínico de Barcelona, abordamos la tarea de descifrar el genoma completo de al menos 500 genomas tumorales de pacientes con cada uno de los tipos de cáncer más frecuentes. En nuestro caso, el proyecto se ha centrado en la secuenciación del genoma de enfermos con leucemia linfática crónica, la más frecuente en el mundo occidental. Los resultados de este proyecto que esperamos completar en los próximos meses, sumados a los de proyectos equivalentes sobre otros tumores, desarrollados en distintos países, permitirán disponer de una información fundamental acerca del paisaje genético del cáncer. En cualquier caso, este trabajo de secuenciación genómica sólo representa una etapa inicial que habrá que completar con estudios funcionales que permitan definir cuáles son las mutaciones impulsoras o conductoras de la transformación maligna y cuáles son meras acompañantes del proceso. También hay un largo camino por delante en la traslación hacia las aplicaciones clínicas de todo el conocimiento genómico generado.

 
JAG. Aunque parezca mentira, trabajar investigando con genes relacionados con el cáncer le llevó a enrolarse en un proyecto que resultó bastante mediático como fue el de la secuencia del genoma del chimpancé. Una de las conclusiones más llamativas de este proyecto, para la opinión pública, fue la que indicaba que la similitud entre el genoma humano y el del chimpancé era de, en torno, al 99%.  Lo que pasa es que hoy sabemos que la densidad de genes en los 3000 millones de nucleótidos que contiene el genoma es muy pequeña; en torno al 1,5%. Además, del resto de ADN, sólo menos de la mitad corresponde a ADN relacionado con genes. Y también sabemos que la presión evolutiva que ha sufrido una u otra parte de nuestro genoma no es la misma. Así, la pregunta es: ¿esas diferencias que se encuentran al comparar nuestro genoma con el del chimpancé están repartidas por igual a lo largo de toda la estructura primaria de nuestro material genético o es mayor en unas zonas que en otras?

CLO. Los primeros análisis comparativos entre el genoma humano y el de otros primates como el del chimpancé se centraron en las regiones codificantes de proteínas, y ésta fue precisamente la contribución de nuestro laboratorio a este fascinante y emocionante proyecto. Lo que se pretendía era definir las funciones génicas que se han adquirido, modificado, o incluso perdido durante nuestra propia evolución. Los resultados de estos análisis llevaron a concluir que, más allá de unas pocas e importantes diferencias en genes concretos, cambios en regiones reguladoras y en genes no codificantes de proteínas, podían contribuir al desarrollo de organismos tan próximos y a la vez tan diferentes en morfología, susceptibilidad a enfermedades, capacidades y comportamiento como los humanos y los chimpancés. Lógicamente estas diferencias genómicas no están distribuidas aleatoriamente en todo el genoma, y un reto actual de la investigación en este campo es definir con precisión la naturaleza y función de esos cambios reguladores que nos ayuden a encontrar nuevas claves para abordar una pregunta compleja con respuestas todavía  lejanas: ¿qué nos hace humanos?

 
JAG. Pasemos ahora a hablar del envejecimiento. Recientemente usted ha publicado que ya se conocen las nueve alteraciones moleculares que han de producirse para que un individuo envejezca. Podríamos decir que las primeras cuatro se dan a nivel primario en el genoma, el epigenoma, los telómeros y en la eliminación de proteínas, mientras que el resto se producen en respuesta a todo lo anterior, dando como resultado la “rendición” final del organismo. ¿Podemos pensar que conocido el problema, la solución se halla más próxima? ¿Es posible que en breve seamos capaces de trasladar el umbral de la muerte hasta puntos que hoy nos resultan inimaginables?

CLO. Tras leer Los viajes de Gulliver, El retrato de Dorian Gray, o El Inmortal de Borges no creo que tenga mucho interés perseguir la inmortalidad, ni siquiera buscar ningún elixir de eterna juventud. Afortunadamente, hoy, el estudio del envejecimiento se está abordando con una nueva perspectiva científica, evitando toda banalización y tratando de entender los mecanismos que subyacen al desarrollo de un proceso natural y universal en los humanos, aunque no en todos los seres vivos. Precisamente, nuestro reciente trabajo sobre las claves del envejecimiento publicado en Cell ha representado un esfuerzo integrador de teorías y resultados experimentales, con el fin de crear un marco de discusión para futuras iniciativas de intervención sobre el proceso de envejecimiento. Creo que en un tiempo no muy lejano, alguna de las estrategias propuestas de intervención sobre la senescencia celular ayudará a extender la longevidad con buena salud. En cualquier caso, en nuestro laboratorio y en este ámbito científico, ahora mismo tenemos otras prioridades, incluyendo la búsqueda de tratamientos para enfermedades tan devastadoras como los síndromes de envejecimiento prematuro o acelerado. 

 
JAG. Usted ha dicho en alguna ocasión que “el envejecimiento es un hecho evolutivamente inexorable, pero la longevidad es plástica”.  Pero, ¿dónde entra en juego la calidad de vida? ¿Es previsible la aparición de nuevas enfermedades relacionadas con esta longevidad dilatada? ¿Exigirán estos nuevos límites unas drásticas transformaciones sociales en el mundo desarrollado?

CLO. Vivir más sin vivir mejor no tiene ningún sentido. En mi opinión, todas las intervenciones científicas que se planteen en torno a la extensión de la longevidad deben tener como premisa fundamental mejorar la calidad de la vida y afrontar sin tregua la búsqueda de soluciones frente a las enfermedades que la comprometen. Generalmente, el progreso científico suele ir bastante por delante del progreso social, por lo que se requiere educación y formación, para que después la Sociedad pueda tomar decisiones sobre bases sólidas y bien informadas. Por eso, no es admisible decir que como soy de Letras, no quiero saber en qué consiste la reprogramación celular, la clonación terapéutica o la edición genómica. Sin duda, hoy, todos debemos ser al menos un poco de Ciencias, y asumir que disciplinas como la Biología Molecular están llamadas a ser una de las Humanidades del siglo XXI.

 
JAG. La tercera de las líneas de investigación en las que trabaja su grupo, como hemos avanzado, está relacionada con el análisis funcional de genomas. ¿Nos podría explicar en qué consiste esto, exactamente?

CLO. El genoma de cada una de nuestras células está construido por más de 3.000 millones de piezas que llamamos nucleótidos y que contienen información para hacer posible cada instante de vida en cada organismo. Hoy, a través de potentes y eficaces métodos bioinformáticos, podemos identificar las regiones del genoma que portan información correspondiente a genes, tanto los que codifican proteínas como los que codifican RNA. Pero en muchos casos no sabemos absolutamente nada acerca de la función de esos genes cuya existencia se predice a través de la informática. Asimismo, el conocimiento de las regiones del genoma que regulan la actividad de los genes, es todavía muy limitado. En nuestro laboratorio prestamos mucha atención al estudio de estos aspectos funcionales en los genomas que estudiamos, ya sea el genoma humano, los genomas del cáncer o los de organismos modelo de investigación biomédica. Para ello utilizamos fundamentalmente aproximaciones bioquímicas y genéticas, incluyendo la generación de animales modificados genéticamente que nos ayudan a elaborar hipótesis acerca de la función de distintos elementos del genoma.  

 
JAG. Se lleva tiempo hablando de la medicina personalizada y de cómo el conocimiento del genoma puede conducir a un diagnóstico y tratamiento más rápido y certero en todas aquellas enfermedades relacionadas de uno u otro modo con el ADN (al nivel que sea: metagenómico, epigenómico, exómico, etc.).  Pero el análisis de los datos a nivel bioinformático requiere aún de la presencia de un especialista. ¿Prevé que en breve cambie esta situación y que el manejo de grandes secuencias se simplifique hasta el punto de casi poder ser manipuladas por usuarios ajenos al mundo de la biología molecular?

CLO. El progreso de la informática en el ámbito de la Biología y de la Medicina es abrumador, y se avanza hacia el desarrollo de métodos que faciliten la interpretación del lenguaje genómico para cualquiera que tenga un mínimo de formación y curiosidad sobre estos temas. Sin embargo, es muy cierto que hoy, todavía es necesaria esa mirada humana que, apoyada en la experiencia y en la intuición, sirve para navegar en la complejidad de un genoma e interpretar la avalancha de  datos que nos ofrecen las técnicas de secuenciación masiva de ácidos nucleicos. En España hay todavía muy pocos expertos en estas tareas, así que habrá que tener paciencia y formar especialistas en estas nuevas disciplinas para no quedarnos atrás en la nueva era genómica que ya se ha instalado entre nosotros.  

 
JAG. Cambiemos de tercio. Quisiera ahora preguntarle por los premios y la ciencia. Personalmente considero que la divulgación es una obligación para el científico por dos motivos: primero, porque la mayoría de lo que se hace –al menos en nuestro país– se hace con dinero público. Una especie de “rendición de cuentas”; y, segundo, porque es una manera de acercar la ciencia a la sociedad. Pero al hilo de esto segundo, los premios concedidos a los científicos poseen la doble capacidad de acercar al ciudadano de la calle el conocimiento adquirido en el laboratorio y alejarlo del que lo consigue. Y digo esto porque cada uno de estos premios va cargado también con cierta sobredosis de vanidad. Es decir, el aura del científico reconocido puede convertirlo en una suerte de celebrity. ¿Cómo vive todo esto alguien como usted, a quien sólo le falta recibir el Príncipe de Asturias (aunque ya ha sido considerado en varias ocasiones como candidato) y el Nobel?

CLO. Los premios no son, ni serán nunca, el objetivo de nuestro laboratorio, pero se agradecen infinitamente cuando se reciben porque proporcionan un estímulo importante para continuar nuestro trabajo de investigación científica. Además, nos han otorgado una visibilidad en positivo, ya que han ayudado a difundir la idea de que desde una Universidad de la periferia española se pueden desarrollar trabajos en campos científicos complejos y competitivos, y publicar artículos en revistas del máximo impacto, de los que muchos nunca hubieran tenido noticia si no se hubieran diseminado a través de los medios de comunicación. En cualquier caso el mejor premio para un científico, y al menos en mi caso es el único al que aspiro, es el aprecio de sus discípulos y el respeto de sus colegas.    

 
JAG. Según los datos macroeconómicos presentados por el Gobierno de España, la crisis se está empezando a diluir. Pero en el ámbito científico esa supuesta mejora no ha tenido ninguna consecuencia positiva. ¿Cuál es su percepción respecto al estado de la ciencia en nuestro país? ¿Es posible que hayamos perdido un tiempo y una generación a la que no volvamos a recuperar?  ¿Cuál considera que tiene que ser la vía a seguir en cuanto a inversión en I+D+i se refiere?

CLO. Creo que mis reflexiones en torno a esta pregunta son ampliamente conocidas, las repito cada vez que tengo oportunidad, y las he puesto por escrito en un artículo titulado La Ciencia y la sonrisa de Sísifo, que se publicó en la revista de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular (http://www.sebbm.com/revista/articulo.asp?id=10050&catgrupo=268&tipocom=24). Sólo cabe insistir en que un país sin Ciencia es un país sin futuro y sin influencia. Recuerdo siempre también que no son sólo los políticos sino la sociedad española en su conjunto la que no ha situado nunca el estudio, la cultura y la investigación científica entre sus actividades prioritarias. Pero hoy, como dijo el gran César Vallejo “voy a hablar de la esperanza”, y no puedo dejar de pensar que, tarde o temprano, se impondrá la idea de que la Ciencia no solo desteje el arco iris, sino que es todavía el mejor instrumento inventado por el hombre para mejorar el mundo y nuestra propia vida.

 
 JAG. Por último, le pedimos una recomendación. ¿Podría aconsejarnos algún libro, científico o no, de imprescindible lectura? Y una curiosidad. ¿Es cierto que tiene un ejemplar de Cien años de soledad, firmado por García Márquez, en el que se encuentra tachado “soledad” y sobreescrito “felicidad”?

CLO. No recuerdo un solo día de mi vida sin haber leído, por eso, hay tantos imprescindibles en mi lista de libros que no cabrían en unas pocas páginas; invocando la memoria del gran Ireneo Funes, en primer lugar escogería la obra de Borges en su conjunto, que he leído y releído en distintas etapas de mi vida y siempre he encontrado nuevas ideas y nuevas perspectivas, añadiría muchos libros de Saramago incluyendo Ensayo sobre la ceguera, novelas históricas y a la vez fantásticas de Mújica Laínez como El unicornio o Bomarzo, la poesía de Cernuda o de Francisco Brines, los cuentos y relatos breves de Eduardo Galeano, el trabajo de brillantes representantes de una nueva generación de escritores como el asturiano Ricardo Menéndez Salmón y, por supuesto, Cien años de soledad como el mejor ejemplo de literatura que “alumbra los territorios más oscuros de la imaginación”. Y sí, ese ejemplar del libro con una dedicatoria tan entrañable, representa uno de los pocos bienes materiales a los que tengo un verdadero aprecio.       

 
JAG. Muchísimas gracias. Ha sido un auténtico placer.

CLO. Gracias a ti por tu interés en nuestro trabajo

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